domingo, 22 de mayo de 2011

Primeras segundas personas

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Sé que ibas cada semana a dar un poco,
sé que la habías elegido en el estilo que más te gustaba:
tenía todo lo que algún día querías darme
representado en algunas prendas que poco  a poco llegaron a gastarse.
 Sé que me  llevaste algunas veces,
y no pudiste resistir mostrar con orgullo lo que podías regalarme
–no entendía tu sacrificio, pequeño a tus ojos estelares
que sólo veían mi sonrisa inconsciente de lo que eran capaces.
Sé que esperabas impaciente
el momento de entregarme una muestra de tu devoción:
una muñeca de aquel estante.
Aún la conservo, y te conservo a ti:
               tu amor ha sido constante.
También conservo la duda 
de si podré demostrarte que la muñeca no importa;
lo que importa es recordarte caminar emocionada cuando caía la tarde
hacia el lugar que contenía un pedazo de universo
 que pensabas entregarme.

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Leía porque me lo pedías,
porque considerabas que algún día
leyendo entendería lo que la vida tiene para contarme.
Hadas, princesas, duendes;
todos desfilaban en las noches
cuando abrías el libro y me pedías descifrar
los secretos que las letras pueden guardar.
Entonces no entendía del todo, ¿qué era tan relevante?
Quizá las hileras de letras que desfilaban
querían decir algo más de lo que yo podía preguntarles.
Seguía tu dedo al leer;
si tartamudeaba no era frustrante,
regresabas al principio de la palabra
y no dejabas de alentarme.
Creo que he comprendido:
las voces de otros son lo importante,
tienen cosas que decir
y aunque el tiempo se lleve la carne
el pensamiento permanece en libros que parecen desafiarle.
Leía porque me lo pedías,
ahora leo porque me enseñaste que no todo se puede saber
pero el saber es lo único que vale.

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Acampábamos bajo mantas en un desierto casero:
cada fin de semana era para nosotros un cuento.
Me llevabas en triciclo a recorrer rutas sin suelo,
el pasillo de la casa nos permitía emprender el vuelo.
Pintábamos zapatos viejos con olor a bailes ajenos;
café, negro y blanco eran los colores del tiempo.
Nos deshacíamos del polvo acumulado con trapeadores pequeños;
el agua se llevaba el polvo y refrescaba los sueños.
Festejábamos cumpleaños con pasteles, dulces y el viento
  que soplaba más fuerte sólo para vernos sonriendo.
Compartimos muchas cosas,
compartimos mucho tiempo
pero el tiempo se hizo corto
como sucede en los cuentos.

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¿Hace cuánto que llegaste?
El miedo no dejó rastro en la mirada de la brisa que soplaba tras de ti
—era como tu aliento.
No esperaba que fueras
(después de tanto tiempo)
la muestra de que todo es posible aun si el humano está incierto.
Certeza: lo que menos había al saber del crecimiento
de un ser que como todos
                                                   conquistó un pedazo de cielo.

Y lo trajiste contigo,
lo trajiste a ras del suelo para dejar que tocáramos
lo eterno encerrado en tus dedos.
Sabía que crecerías,
sabía que ya estabas creciendo
cuando te acompañaba
por la mañana al colegio.
Se cayeron tus dientes de leche, se enderezaron tus huesos
y ahora caminas erguido
como te enseñaron a hacerlo.