Acampábamos bajo mantas en un desierto casero:
cada fin de semana era para nosotros un cuento.
Me llevabas en triciclo a recorrer rutas sin suelo,
el pasillo de la casa nos permitía emprender el vuelo.
Pintábamos zapatos viejos con olor a bailes ajenos;
café, negro y blanco eran los colores del tiempo.
Nos deshacíamos del polvo acumulado con trapeadores pequeños;
el agua se llevaba el polvo y refrescaba los sueños.
Festejábamos cumpleaños con pasteles, dulces y el viento
que soplaba más fuerte sólo para vernos sonriendo.
Compartimos muchas cosas,
compartimos mucho tiempo
pero el tiempo se hizo corto
como sucede en los cuentos.
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