martes, 25 de enero de 2011

Según tu historia

Miedo
           entraña tu corazón cuando la miras serena
           esperar lo que ha de venir sin conocer tu deseo.

Miedo
          de que un segundo se congele cuando aún es ajena
          al torbellino de dudas que se desata por dentro
          cuando la miras serena mirar la hora sin tiempo.

Miedo
           al tocar las cuerdas del instrumento
           que tal vez la despierte al final del concierto:
           quizá se sorprenda, quizá te descubra inquieto
           en una obra compuesta al momento de saberlo…

Saber que está cerca y tan lejos, saber que está fuera y tan dentro
aunque ni siquiera imagine los confines de tu tormento
que sólo amaina al verla salir ilesa de batallas con el silencio
–silencio que come palabras cada vez que hay un momento
de comprensión coagulada, suspendida bajo tus nervios.

Miedo, ¿a qué?
Quizá miedo a lo eterno:
eterno no saber si está o si está desapareciendo
tras cortinas de bruma que no te dejan  ir más adentro
                  del bosque donde se esconde pues ella también siente miedo
—miedo de que la toques con manos frías de otros tiempos,
                           de que  se enfríe su alma en la bruma que trae tu reflejo
                         estrellado en mil gotas que  pretendes guardar en un pétalo.

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