Te veo sumergir las manos en torrentes de luz líquida
mientras esperas capturar posibilidades menos dolorosas
que la imposibilidad de bailar como hojas al viento.
Instante en que percibes mi presencia:
alzas la idea cubierta por mil cabellos plateados
e igual número de mensajes
susurrados al ombligo del único rinoceronte
que fue tu amigo.
Admirabas su fuerza,
capaz de derribar los más sólidos equinoccios
sin perturbar a los dioses que hace tiempo te observan
y reúnen valor para atreverse a preguntar
por qué sumerges las manos en torrentes de luz líquida
—te contraría su silencio.
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